sábado, 9 de enero de 2010

Sueños y realidades.

Cuentan que un inmigrante cubano recién llegado a Miami se acercó a un negocio en busca de trabajo. El dueño, un norteamericano, lo miró con desdén y le negó toda posibilidad. El hombre se marchó, pero seis meses más tarde regresó al mismo sitio y pidió hablar con el dueño. Venía preparado para comprar el negocio. Cierto o no, estas historias ayudan a reforzar la idea de una ciudad levantada del pantano por la laboriosidad de las diversas oleadas de inmigrantes llegadas desde Cuba, según se suele decir, en busca del “sueño americano”. También alimenta la noción exagerada de que Miami es una ciudad cubana. Basta caminar por sus calles para escuchar como esa población se ha diversificado, y como crecen en ellas comunidades, barrios, negocios de todas partes de América Latina y de otras naciones del otro lado del Atlántico.

Dejando prejuicios y (falsas) apariencias de lado; quiero concentrarme en el lugar común que cada vez más se transforma en un equívoco: el “sueño americano”.

Una estancia de casi tres semanas en Miami me permitió estar en contacto con una rara especie de cubanos. Muchos de ellos, en las décadas finales del siglo XX dejaban atrás la adolescencia y entraban a saco en su temprana juventud. Percibí en ellos una actitud desenfadada, abierta y, podría decirse, gregaria. No se rompen el alma en la dura lucha por la subsistencia; no los mueve la avaricia por el dinero y los bienes materiales. Su modus vivendi pretende recrear aquel que tenían en Cuba, con un sentido de la libertad personal que nunca vivieron a plenitud en la isla. Viven, por sobre todas las cosas, y se ayudan unos a otros a llevar ese paso de levedad, trabajando aquí y allá, en lo que encuentren sin que esto ponga en peligro su autoestima, buscando conseguir apenas lo suficiente para vivir. Eso: trabajan para vivir; no viven para trabajar. Son curiosos, educados, alegres y solidarios. Si sienten rencor por lo que pasa en su país no andan agitando las babas de la rabia a los cuatro vientos. Son descreídos especialmente si de política se trata y su religión es ser buenas personas, amigos de sus amigos, quitarse lo propio para compartirlo con el otro. Y seguir disfrutando de la vida con un grado de intensidad que muchas personas “normales” envidiarían.

Interactuar con ellos me llevó a pensar en la manida frase que mencioné al principio. Y llegué a la conclusión siguiente: Ellos no vienen a Estados Unidos en busca del “sueño americano”. Vienen para escapar de una realidad frustrante, sin posibilidades de un futuro digno; buscan el espacio que ofrece esta nación que los recibe y les otorga los derechos y libertades que no tienen en su país para conseguir lo que siempre buscaron y hoy recrean a como dé lugar: el sueño cubano. Hablo de “ellos” por pudor, para no incluirme en el grupo de los jóvenes; pero comparto iguales sentimientos y carencias. Y me pregunto: ¿Cuantos de ellos (o nosotros) habrían abandonado su isla, de haber tenido allí la misma libertad de ser sencillamente ellos mismos, sin restricciones, obligaciones ni represiones? Una vida tranquila, con libertad y derechos, es todo lo que precisa esa isla privilegiada por la naturaleza, con una cultura poderosa y un sentido del humor envidiable, para que sus naturales puedan realizar allí su sueño. El cubano, no otro ajeno.

Acúsenme de optimista si quieren, pero estoy seguro que algún día, será posible.

4 comentarios:

Unknown dijo...

Si, Alejandro hay algo de eso que yo lo llamo caminar con la cabeza entre las piernas. Como viendo siempre la pantalla del celular.

LopezRamos dijo...

Que buen post, Alejandro. Mirada aguda que tienes.

Ingeborg Portales dijo...

ay Ale, q bueno q escribes algo asi. aqui sigue el frio, y no se si sera x eso q ya el final de tu post lo lei con el alma en un puño, creo q todos estariamos alli. pero igual, fue tan lindo encontrarnos aqui !!!

Anónimo dijo...

La libertad... el derecho... el sueño mundial màs que cubano... el sueño de todos... y el deseo de dominio de los poderosos... que problema!!


saludos Alejandro... buen texto.