miércoles, 3 de abril de 2013

De viajes físicos y mentales

Durante las dos horas y seis minutos que dura el vuelo entre Santo Domingo y Ciudad Panamá, trabajo en la edición de La vuelta a Cuba; el libro más reciente de Camilo Venegas que pronto verá la luz en República Dominicana. Es el segundo texto que me ha encomendado (debe ser que no tiene a nadie mejor a quien confiarle la tarea, digo yo); y agradezco la confianza. Pero hay algo más allá de la deferencia que debo agradecer. Sus historias me emocionan, me llevan a andar con él por esos lugares que tampoco yo he visitado en diez años, excepción hecha de un breve y vertiginoso viaje a la Feria del Libro de La Habana, hace unos cinco años, como parte de Ventana Abierta Editores, una editorial chilena; la misma que me lleva ahora a Santiago de Chile para la presentación de mi propia novela, El cliente tatuado. Este largo viaje apenas está comenzando y ya advierto cómo estas complicidades entre escritores amigos actúan como antídoto, para mitigar las largas horas de vuelo. Pero primero y más importante aun; es que este es un ejercicio increíble, de efectos imprevistos. Uno de ellos: dejarse ir por las calles de La Habana con la expedición en la que se involucró Camilo, mientras atravieso el Caribe, al Sur de Cuba en dirección a Panamá. Esto crea un estado mental confuso y luminoso a un tiempo, como bolas de billar sobre el verde tapiz de los afectos, haciendo olvidar las coordenadas reales del tiempo y el espacio (y créanme que solo me he tomado un whisky, una cortesía de Copa que años ha, desapareció de las lineas aéreas estadounidenses). Entro con los protagonistas de las crónicas que reviso al Floridita y con ellos me hago fotografiar junto a Hemingway, mientras imagino que abro la puerta de la habitación en Santiago de Chile y ante mi se despliega, como las alas de un pájaro, el incomparable azul del mar frente al malecón habanero. Y mientras escucho a mis amigos chilenos presentar mi libro en La Chascona -evento que sucederá dentro de dos días y, lo confieso, hace tiempo me trae emocionado- veo a Camilo en La Habana abrazar amigos comunes a quienes no he podido ver en los últimos diez años de ausencia y siento los olores característicos de esa urbe entrañable cuyos orígenes tampoco pude explicarme jamás. La altura del vuelo no me permite distinguir el mar. No puedo hallar pistas sobre el verdadero destino en el que viajo. Sólo el mapa de la nostalgia y los afectos; de las alegrías que vivo por estos días con inusual intensidad, me indica que voy bien encaminado; me empuja amablemente a mantener mi paso. He cambiado de avión y ahora, en medio de la noche, sospecho que allá abajo corre la cordillera andina mientras vuelvo al placer de la edición de este texto sorprendente de Camilo Venegas, mi hermano cubano en esta parte del camino, mi querido y respetado colega en las letras. Alcanzo el final del libro. La emoción de la lectura ha mantenido a raya a la otra; la del inminente encuentro en apenas unos minutos con Antonio Briones, ese otro hermano al que hace unos tres o cuatro años no he vuelto a abrazar; el cabecilla de esta conspiración literaria llamada Ventana Abierta, que sigue abriendo caminos desde Santiago de Chile. Al frente queda siempre el horizonte y tras él aguardan, no puede ser de otra manera, los caminos de vuelta.

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