martes, 10 de diciembre de 2013

Perla Negra y Nano

Alguna gente tiene la manía de poner nombre a las cosas, a objetos queridos, artefactos íntimos y hasta a casas y autos. Camilo, mi hermano, es uno de ellos; pero eso ustedes ya lo saben. Me consta que Perla Negra ocupa un lugar importante en sus afectos. Por eso el día que me dijo que me la vendía a un precio cómodo para que se la fuera pagando poco a poco como pudiera; vi claramente el desprendimiento que hacía con la sola intención de ayudarme. Yo llevaba poco tiempo en el país y ya le había dado tres veces la vuelta a la Tierra andando y desandando Santo Domingo. El llevaba muchos más años y ya estaba en los trámites de adquirir un nuevo vehículo, al que llamaría Serafín, como su propio padre. Y para ser justo, he de reconocer y agradecer que pasó dos o tres meses sin auto, a la espera del que vendría, sin reclamar nada.
Ya entendieron: Perla Negra es la "yipeta" que me salvó la vida (la laboral y la recreativa), durante los dos últimos años. Ahora, su vida útil llega al final. En un gesto heroico se sacrifica, se entrega como pieza de cambio disminuida por los dolores y achaques, para que yo pueda subirme a una de sus biznietas. No me malinterpreten; hablo de otra (casi)"yipeta", más contemporánea, pero de su misma estirpe. La acabo de bautizar como Nano, el apodo de mi viejo, ferroviario como Camilo y toda su familia. Nano es también una palabra con resonancia de nuevas tecnologías. Y es casi una descripción del aspecto de ese vehículo regordete y hocicudo que me recuerda otros que fueron entrañables. Parecería una rareza la relación que se establece con un automóvil, más allá de las superficiales pretensiones, alardes de estatus y otras tonterías. Pero no tanto. Muchas veces de su utilidad y lealtad depende el ritmo normal de nuestra vida. Y si a usted le gusta conducir, desde el inicio se va tejiendo una relación casi simbiótica entre los dos organismos; el humano y el mecánico. Es una interdependencia que acaba creando una suerte de afecto. Es por eso que entiendo a Camilo y su adoración por Perla Negra, de la que ahora me despido con afecto. También por eso accedía, por petición suya, a escribir este post que es casi una esquela de despedida a esa compañera de vida por los dos últimos años. En un par de días Nano andará surcando la ciudad, desafiando los peligros de un tráfico caótico, agresivo, tumultuario. Me acercará al pan y a los afectos, a la aventura más allá de los límites urbanos. Montaña y mares serán míos por instantes, gracias a ese instrumento cargado de belleza y preocupaciones financieras del que nos volvemos dependientes, adictos, prisioneros. Ahora entiendo la manía de poner nombre a algunas cosas que se vuelven imprescindibles. Camilo, aquí cumplo con tu pedido. Un requiem por Perla Negra. Aquí agradezco y reconozco públicamente, tu solidaridad y apoyo para con el recién llegado, el amigo, tu hermano, yo.

sábado, 7 de diciembre de 2013

Crónica de una tarde especial

Esa tarde llegué al teatro molesto, ácido, agresivo. Apenas saludé a las personas con las que me crucé. Me hundí en mi butaca sin deseos de hablar con nadie. Había prometido a los niños de la clase de Literatura, que sus trabajos estarían expuestos en los pasillos del Teatro de Bellas Artes cuando se presentara el espectáculo resumen de esta etapa de trabajo en la comunidad de La Zurza. Les había dicho que en cada programa de mano habría un cuento breve de su autoría. Pero, por razones imprevistas, apenas ayer me explicaron que esto no sería posible. La literatura no estaría en el escenario, ni en los pasillos. Confieso que me encerré en un sentimiento de frustración que me convirtió posiblemente en el espectador más negativo que llegó esta tarde a la Sala Máximo Avilés Blonda. Le fallé a mis muchachos. Por momentos me olvidé del resto de los niños y del trabajo de mis colegas de otras disciplinas. Los míos se habían quedado sin la ilusión de ver al público hojeando sus cuentos. El dolor no se aplacaba. Me senté en la ultima fila del teatro. Primero habló brevemente la Primera Dama y entre lo dicho saltó una frase: “el trabajo de los estudiantes de Literatura será recogido en un libro de próxima aparición...” El cristal blindado de mi negatividad se estremeció. La función comenzó. Nada más abrirse el telón viví una experiencia de transformación. La escena, en manos de unos enanos mágicos, ejerció el embrujo que desde niño he experimentado siempre que estoy en un teatro, como público o desde la escena. De ahí en adelante las emociones fueron dando un vuelco; la percepción de que la obra estaba germinando, la obra de todos, sin exclusiones ni frustraciones, fue creciendo hasta volverse tumulto de alegrías. Los veía actuar, bailar, cantar y no podía alejar los recuerdos del día de la inscripción, a inicios de este año que esta a punto de terminar; las fuertes impresiones que nos causaba mirarle a los ojos a niños surgidos de vivencias duras, de experiencias terribles. Pensé en aquella niña de 13 años que no sabía la fecha de su nacimiento “Nací hace poco, un lunes...”, y que llegó a convertirse en una de las más destacadas de la clase; en aquel que consideraba el momento más feliz de su vida el único día que vio a sus padres tratarse con cariño, sin peleas. O a los muchos que nunca han visto el mar viviendo en esta isla maravillosa... La escena seguía transcurriendo con actuaciones, cantos, danzas y música; y entre ellas se mezclaban las imágenes de mis colegas trabajando, esforzándose cada sábado (días que podían haber sido de asueto) para llevarle lo mejor de sus experiencias artísticas a aquellos niños. Recordaba nuestras conversaciones sobre las vivencias tristes y las alegres en ese trabajo, el compromiso por darlo todo... Cuando me di cuenta. La obra llegaba a su fin en un estallido de cantos, luces, colores. Todos subieron a escena. Yo no pude. O
no quise. Mis muchachos de la clase de Literatura no estaban allí y eso me dio el pretexto. Pero ya no había en mi frustración sino orgullo, alegría por los más de 200 niños que aprobaban la primera prueba que la vida les ponía hacia un camino propio más hermoso; por mis colegas que con humildad recibían los aplausos en el escenario, mezclados con sus pupilos. Vi los rostros apretados de maestros relevantes de todas las disciplinas del arte, tratando de conjurar las lagrimas. Pero sus ojos los traicionaban. Todos estaban felices. Yo no podía ser menos. Cuando cayó el telón subí al escenario y abracé y felicité a todo el que pude. Ahora espero por el momento en que pueda llevarle las sonrisas a los míos, el día en que finalmente se vean publicados en un libro, y sepan que sus profesores, mi colega Luis Reinaldo y yo, no les mentimos. Que ellos también verán su obra, sus primeros pasos en el interminable camino del aprendizaje del arte; en las manos de sus seres queridos. Espero también por el día en que comencemos a inscribir a muchos más niños de la Zurza y tres barrios más del país que se incorporan al proyecto, para que se inicien en este camino. También yo nací en un barrio popular y sé muy bien lo que significan la educación, la cultura y el arte en la construcción y salvaguarda de la dignidad humana. Ya despojado de frustraciones pasajeras; pienso en todo lo que hemos compartido con esos cientos de niños dominicanos, y vuelvo a ser un hombre feliz.