domingo, 11 de diciembre de 2011

De la vida y los abrazos


Dos meses sin pasar por aquí, y en el ínterin, un suceso inesperado que pudo marcar la diferencia,

Ya han transcurrido cuatro semanas desde aquel día en que un hematólogo, sentado al lado de mi cama de hospital, entendió necesario explicarme el punto de gravedad en el que estaba mi salud. Escogía las palabras aun tratando de ser sincero pero sin excesos; especialmente cuando quería connotar cuán cerca estaba de un desenlace indeseable. Para mi ya el tema está agotado. Amigos, colegas y familiares me han pedido muchas veces escuchar el relato con lujo de detalles; con la sana morbosidad que provoca escuchar a aquellos que han merodeado las fronteras entre el estar y el ser historia.

Ya tienen los antecedentes. Ahora voy al punto. Pasar de la normalidad de los días, al turbulento progreso de una enfermedad tropical para mí desconocida fue una suerte de tortura que de todos modos me tomé a la ligera. Me traicionó mi natural resistencia a considerarme un paciente o a acudir a un hospital en busca de ayuda. Casi pago caro por ello. Las cosas se complicaron. En un momento se hizo evidente que la situación era de cuidado; fue justo cuando el hematólogo me hablaba pretendiendo evitar toda emoción y fue ahí cuando sentí la urgencia. Cómo avisarle a mis hijos, a mi hermano, a demás familiares y amigos ante la eventualidad de que ya no nos viéramos más? Que asuntos se habrían quedado pendientes que requirieran de mi imprescindible atención para no dejar nada sobre hombros ajenos?...Seguramente exagero, pero en una situación así...

Confieso que entonces no pensé en nada de eso que el cliché pregona: No cuestioné mi vida ni pensé en grandes metas dejadas de cumplir (Para eso vivo de acuerdo a como pienso y siento, para no sufrir arrepentimientos ni lamentar lo que hice o dejé de hacer). No transcurrió mi vida ante mis ojos como un videoclip desenfrenado. Tal vez mi mente registró algún paisaje entrañable, una playa, un cielo, las callejuelas de una ciudad colonial...Pero la angustia fundamental vino a causa de los abrazos; esos que me hicieron abandonar una cultura anglosajona para regresar a mi ámbito natural en el Caribe. Mi angustia seguía siendo: Si he de irme, cómo voy a hacerlo sin despedirme de mi gente entrañable sin un buen abrazo? Creo que fue esa urgencia la que me insufló las fuerzas para resistir.

A la mañana siguiente mi estado era aun peor; pero contra toda lógica, sin más síntomas que la preocupación por el peligro que no se disipaba. En la tarde y sin previo aviso, comenzó a revertirse el cuadro clinico levemente, pero lo suficiente como para que sintiera con fuerzas que no es tan mala idea amar la vida como siempre he hecho; y celebrarla como cada dia aprendo a hacer.

Una vez que comencé a recuperarme ya no me detuve. Ahora soy consciente de que, como una consecuencia lógica de la experiencia, algo en mi ha cambiado. La conciencia de nuestra fragilidad como sistema vivo; la certeza de la volatilidad del tiempo; el comprender con más claridad que los afectos, los placeres y el estar bien con uno mismo son más importantes que cualquier evento, posición, posesión o meta. Ahora entiendo mejor el "al paso" de los dominicanos; ese sentido del vivir aparentemente irresponsable que privilegia el goce cotidiano contra viento y marea...

Esto es sólo el inicio. Más consideraciones sobre el tema llegarán con los días y seguiré compartiéndolas. Si les interesa. No todo el mundo tiene la oportunidad de acercarse a la puerta que conduce a "lo que sigue", que para mi es la nada...y mucho menos el privilegio de poder cerrarla y quedarse de este lado, en esto que tenemos tan valioso, aunque casi siempre dejamos escapar entre los dedos, distraídos o confundidos, temerosos y desorientados...