domingo, 27 de abril de 2014

El viaje más bello; el día más triste

Retomo mi maltratado blog, reproduciendo aquí un post que apareciera la semana pasada en 7dias.com.do, en atención a las reacciones y comentarios recibidos de muchos lectores. Espero poder dedicar mayor atención a Fijar la mirada y a ustedes en los días por venir.






Lo más esperado de la excursión iba a ser la travesía misma. Cruzar la bahía de Samaná a vuelo de pájaro, viniendo desde las deslumbrantes playas del este de la isla, era un acontecimiento que esperaba impaciente desde que recibiera la invitación dos días antes.

Ya a bordo del diminuto avión de nueve plazas, los callados temores hicieron su faena. Por un minuto pensé en la eventualidad de un desastre y la pérdida de la preciosa carga: un joven piloto y un artista del lente, ambos dominicanos; dos empresarios y dos artistas cubanos, además de un senador de un país sudamericano y su bella familia.

La visión del paisaje fue una brisa suave que barrió toda cavilación. La naturaleza desplegó su belleza con vanidad sin límites. Fascinado, cada quien mostraba el fragmento que más le impresionaba en lo que veía. Parecíamos un grupo de escolares exaltados.

La felicidad es un estado breve, transitorio. Hoy es domingo, y el cielo arroja sobre la capital una lluvia triste, testimonio del dolor por la partida de Sonia.

Luego vino el paseo a caballo, la visión sorprendente y el baño a los pies del salto de El Limón, un almuerzo campestre y la excursión a las magníficas playas de Cayo Levantado. Demasiadas emociones en una sola jornada. Ahítos de belleza, emprendimos el regreso. Otra vez de vuelta al avión y los mismos escenarios ahora transformados por la luz del atardecer.

Entonces llegó el minuto del error. Debí decir, del horror.

Un celular que se activa y de inmediato Twitter desgrana una mala noticia tras otra. Ha fallecido el Gabo.Muere en trágico accidente Cheo Feliciano. Como si fuera poco, llegan noticias confusas sobre el estado de Sonia Silvestre. No sabemos bien si ha muerto o si aún se debate en estado crítico. Es la tragedia que se ceba a un tiempo en tres grandes artistas. La muerte de gente querida y admirada, más dolorosa que la muerte propia, parece haberse apoderado del día.

No puedo evitar asociar el turbión de emociones con aquel día13 años antes, marcado para ser un hito en mi vida como escritor. Esa tarde daría una conferencia sobre la narrativa cubana de los años noventa en la Universidad de Harvard. Cualquiera puede imaginar lo que se siente en la antesala de algo así. Pero esa misma mañana todo cambió, no únicamente mis planes, sino la vida contemporánea de casi todo el planeta. Era la mañana del 11 de septiembre del 2001.

Al interior del avión todo es tristeza y el regodeo en la belleza es asfixiado por el dolor que trae la muerte. Cuando la diminuta aeronave se posa en tierra, sigue conmigo el vértigo de la experiencia vivida y el dolor de lo sufrido tras conocer las noticias. En la noche hablamos de la vida, del arte, de los grandes que se han ido.Nadie menciona las playas, los paisajes…

La felicidad es un estado breve, transitorio. Hoy es domingo, y el cielo arroja sobre la capital una lluvia triste, testimonio del dolor por la partida de Sonia.

miércoles, 19 de febrero de 2014

De otras formas de violencia más graves.


La rabia no me abandona por estos días viendo en la TV el enfrentamiento desigual de los estudiantes y demás manifestantes con las fuerzas represivas en Venezuela, y no dejo de pensar en lo que se deba o se pueda hacer.


Cual forajidos del lejano oeste, veo a las fuerzas del régimen formadas en pandillas de motocicletas, armados hasta los dientes, amedrentando a la ciudadanía. Sufro viendo a esos matones disparar contra su pueblo, y la impotencia me ahoga. Hay que hacer algo. Pero ¿qué?

Me duele Venezuela y por muchas razones. La sufro desde mi posición de ciudadano común, exiliado de mi propia realidad. Hablo desde la persona privada que soy, sin vínculo con organizaciones políticas ni gobiernos. Hablo también desde mi cultura general, desde mis experiencias, desde mis sentimientos y emociones.

Cuando desde los años 80’s visitaba aquella bella tierra, me asfixiaba una urgencia cargada de preguntas: ¿Hasta cuándo podría tolerarse que un país tan lleno de riquezas mantuviera una situación de desigualdades tan brutales, de inseguridad ciudadana y corrupción insultante, de desidia hacia los necesitados?

No dejo de pensar en que la clase alta venezolana creó las condiciones para el advenimiento de una conmoción social. Y fue así que aquellas aguas trajeron la tormenta de Chávez y este subproducto indignante que es la borrasca de Maduro. Lógico era desear un cambio radical en la situación que prevalecía. Imposible imaginar hacia donde iría el curso de la historia.

Lo que está pasando en Venezuela desborda toda perspectiva y, dolorosamente, allí se mueven los intereses del gobierno cubano. Su presencia ofensiva en tierras venezolanas nada tiene que ver con el bienestar de la gente de ambos pueblos, ni con la caricatura de Revolución que tratan de vender ambos regímenes a los muchos compradores ingenuos.

Dolor y bochorno es lo que provocan todos ellos. Y uno empieza a preguntarse cómo es posible que ese régimen de hoy se mantenga. Cómo han logrado maniatar una tradición democrática - con todos sus defectos y corrupciones-; cuándo llegará el momento en que ese pueblo tenga un orden de cosas que diste del pasado inmediato, sin necesidad de regresar al régimen carcomido que lo engendró y le dio vida muy a su pesar.

Sé que hay muchos (incluso amigos) que aún viven la nostalgia de las Revoluciones y ven en los “bolivarianos” un aliado, un mito, una esperanza. Quizás sólo tenga que preguntarles una cosa: Si esa es una Revolución popular genuina, ¿por qué entonces ha de defenderse de su propio pueblo usando fuerzas represivas propias y cubanas?

Quizás un día las multitudes iracundas recuperen el poder ¿Y entonces qué? Nuevos reacomodos entre poderosos mantendrán situaciones de inequidad e injusticias. Ni las tales revoluciones, ni las llamadas democracias existen para beneficio de los oprimidos. La humanidad ha agotado su tiempo y debe reinventarse.

Desangrada, exhausta, saqueada, Venezuela ya no puede dar más de sí. Mientras, la gente sigue en las calles de Caracas y otras ciudades de ese país. Y nosotros pretendemos que no pasa nada. ¿Cómo podemos seguir callando? ¡Hagamos algo! Pero,¿qué?



martes, 18 de febrero de 2014

La violencia cotidiana

La violencia nuestra de cada día. La violencia se ha metido en el tuétano de las sociedades actuales. Se ha hecho cultura de vida ¿Cómo explicar si no, que las mismas personas amables y hospitalarias, tan asequibles y obsequiosas como el común, se transformen tan brutalmente en cuanto se acomodan en sus vehículos y asaltan la via pública con responsabilidad cero y alarde de violencia salvaje? Sacándole presión al asunto, me entretengo creando una ficción mientras espero el cambio de luces del semáforo. Imagino que los vehículos alrededor han sido secuestrados por una suerte de invasores siderales, llegados a la Tierra esta misma madrugada. Es un ejército silencioso, capaz de suplantar a los terrícolas adquiriendo sus rasgos externos, y convertir sus autos en maquinarias asesinas. Me aferro al guía temiendo que la voladora de al lado utilice sus abusivas “defensas” metálicas para hacerme añicos; o que las yipetas que me preceden retrocedan violentamente para aplastarme, o que el carro público destartalado sea en realidad un “transformer” variopinto que en segundos disparará bolas de fuego en todas direcciones. Cae la luz verde y tras esperar impaciente que el conductor de la extrema derecha se cruce delante de todos para girar hacia la izquierda, y un río de motoristas se adelante al resto; también me desplazo en linea recta y velozmente, pensándome a salvo. Entonces me pregunto si alguna de esas personas, (las reales, no los alien que imaginara), ha pensado en las consecuencias de sus actos irreflexivos; en lo que pasaría si se produce un accidente; en el dolor físico a sufrir o a infligir a otros inocentes, las pérdidas materiales, la disrupción en su propia vida y la de otras personas… Ya se acerca otro cruce de calles cuando, con un una maniobra brusca, evito que un vistoso auto se interponga en mi camino. Me doy cuenta que avanzo a una velocidad exagerada. A unos veinte metros el semáforo enciende la luz amarilla, pero decido acelerar, como hacen los otros de la senda izquierda. No estoy dispuesto a seguir esperando. Nadie espera. Poco me importa si atropello a otro vehículo. Ya he soportado bastante y no estoy dispuesto a aguantarle @%#@$% a nadie. ¡A mi hay que respetarme! Voy a medirme con cualquiera… Voy a aplastar a todo el que se me ponga en medio… ¡Oh, oh! ¿Qué pasa? ¿Por qué me violento así? ¿Cómo explicar esta reacción en mi? Me toco el pecho y me pregunto, qué clase de alien estará creciendo allí dentro…


martes, 10 de diciembre de 2013

Perla Negra y Nano

Alguna gente tiene la manía de poner nombre a las cosas, a objetos queridos, artefactos íntimos y hasta a casas y autos. Camilo, mi hermano, es uno de ellos; pero eso ustedes ya lo saben. Me consta que Perla Negra ocupa un lugar importante en sus afectos. Por eso el día que me dijo que me la vendía a un precio cómodo para que se la fuera pagando poco a poco como pudiera; vi claramente el desprendimiento que hacía con la sola intención de ayudarme. Yo llevaba poco tiempo en el país y ya le había dado tres veces la vuelta a la Tierra andando y desandando Santo Domingo. El llevaba muchos más años y ya estaba en los trámites de adquirir un nuevo vehículo, al que llamaría Serafín, como su propio padre. Y para ser justo, he de reconocer y agradecer que pasó dos o tres meses sin auto, a la espera del que vendría, sin reclamar nada.
Ya entendieron: Perla Negra es la "yipeta" que me salvó la vida (la laboral y la recreativa), durante los dos últimos años. Ahora, su vida útil llega al final. En un gesto heroico se sacrifica, se entrega como pieza de cambio disminuida por los dolores y achaques, para que yo pueda subirme a una de sus biznietas. No me malinterpreten; hablo de otra (casi)"yipeta", más contemporánea, pero de su misma estirpe. La acabo de bautizar como Nano, el apodo de mi viejo, ferroviario como Camilo y toda su familia. Nano es también una palabra con resonancia de nuevas tecnologías. Y es casi una descripción del aspecto de ese vehículo regordete y hocicudo que me recuerda otros que fueron entrañables. Parecería una rareza la relación que se establece con un automóvil, más allá de las superficiales pretensiones, alardes de estatus y otras tonterías. Pero no tanto. Muchas veces de su utilidad y lealtad depende el ritmo normal de nuestra vida. Y si a usted le gusta conducir, desde el inicio se va tejiendo una relación casi simbiótica entre los dos organismos; el humano y el mecánico. Es una interdependencia que acaba creando una suerte de afecto. Es por eso que entiendo a Camilo y su adoración por Perla Negra, de la que ahora me despido con afecto. También por eso accedía, por petición suya, a escribir este post que es casi una esquela de despedida a esa compañera de vida por los dos últimos años. En un par de días Nano andará surcando la ciudad, desafiando los peligros de un tráfico caótico, agresivo, tumultuario. Me acercará al pan y a los afectos, a la aventura más allá de los límites urbanos. Montaña y mares serán míos por instantes, gracias a ese instrumento cargado de belleza y preocupaciones financieras del que nos volvemos dependientes, adictos, prisioneros. Ahora entiendo la manía de poner nombre a algunas cosas que se vuelven imprescindibles. Camilo, aquí cumplo con tu pedido. Un requiem por Perla Negra. Aquí agradezco y reconozco públicamente, tu solidaridad y apoyo para con el recién llegado, el amigo, tu hermano, yo.

sábado, 7 de diciembre de 2013

Crónica de una tarde especial

Esa tarde llegué al teatro molesto, ácido, agresivo. Apenas saludé a las personas con las que me crucé. Me hundí en mi butaca sin deseos de hablar con nadie. Había prometido a los niños de la clase de Literatura, que sus trabajos estarían expuestos en los pasillos del Teatro de Bellas Artes cuando se presentara el espectáculo resumen de esta etapa de trabajo en la comunidad de La Zurza. Les había dicho que en cada programa de mano habría un cuento breve de su autoría. Pero, por razones imprevistas, apenas ayer me explicaron que esto no sería posible. La literatura no estaría en el escenario, ni en los pasillos. Confieso que me encerré en un sentimiento de frustración que me convirtió posiblemente en el espectador más negativo que llegó esta tarde a la Sala Máximo Avilés Blonda. Le fallé a mis muchachos. Por momentos me olvidé del resto de los niños y del trabajo de mis colegas de otras disciplinas. Los míos se habían quedado sin la ilusión de ver al público hojeando sus cuentos. El dolor no se aplacaba. Me senté en la ultima fila del teatro. Primero habló brevemente la Primera Dama y entre lo dicho saltó una frase: “el trabajo de los estudiantes de Literatura será recogido en un libro de próxima aparición...” El cristal blindado de mi negatividad se estremeció. La función comenzó. Nada más abrirse el telón viví una experiencia de transformación. La escena, en manos de unos enanos mágicos, ejerció el embrujo que desde niño he experimentado siempre que estoy en un teatro, como público o desde la escena. De ahí en adelante las emociones fueron dando un vuelco; la percepción de que la obra estaba germinando, la obra de todos, sin exclusiones ni frustraciones, fue creciendo hasta volverse tumulto de alegrías. Los veía actuar, bailar, cantar y no podía alejar los recuerdos del día de la inscripción, a inicios de este año que esta a punto de terminar; las fuertes impresiones que nos causaba mirarle a los ojos a niños surgidos de vivencias duras, de experiencias terribles. Pensé en aquella niña de 13 años que no sabía la fecha de su nacimiento “Nací hace poco, un lunes...”, y que llegó a convertirse en una de las más destacadas de la clase; en aquel que consideraba el momento más feliz de su vida el único día que vio a sus padres tratarse con cariño, sin peleas. O a los muchos que nunca han visto el mar viviendo en esta isla maravillosa... La escena seguía transcurriendo con actuaciones, cantos, danzas y música; y entre ellas se mezclaban las imágenes de mis colegas trabajando, esforzándose cada sábado (días que podían haber sido de asueto) para llevarle lo mejor de sus experiencias artísticas a aquellos niños. Recordaba nuestras conversaciones sobre las vivencias tristes y las alegres en ese trabajo, el compromiso por darlo todo... Cuando me di cuenta. La obra llegaba a su fin en un estallido de cantos, luces, colores. Todos subieron a escena. Yo no pude. O
no quise. Mis muchachos de la clase de Literatura no estaban allí y eso me dio el pretexto. Pero ya no había en mi frustración sino orgullo, alegría por los más de 200 niños que aprobaban la primera prueba que la vida les ponía hacia un camino propio más hermoso; por mis colegas que con humildad recibían los aplausos en el escenario, mezclados con sus pupilos. Vi los rostros apretados de maestros relevantes de todas las disciplinas del arte, tratando de conjurar las lagrimas. Pero sus ojos los traicionaban. Todos estaban felices. Yo no podía ser menos. Cuando cayó el telón subí al escenario y abracé y felicité a todo el que pude. Ahora espero por el momento en que pueda llevarle las sonrisas a los míos, el día en que finalmente se vean publicados en un libro, y sepan que sus profesores, mi colega Luis Reinaldo y yo, no les mentimos. Que ellos también verán su obra, sus primeros pasos en el interminable camino del aprendizaje del arte; en las manos de sus seres queridos. Espero también por el día en que comencemos a inscribir a muchos más niños de la Zurza y tres barrios más del país que se incorporan al proyecto, para que se inicien en este camino. También yo nací en un barrio popular y sé muy bien lo que significan la educación, la cultura y el arte en la construcción y salvaguarda de la dignidad humana. Ya despojado de frustraciones pasajeras; pienso en todo lo que hemos compartido con esos cientos de niños dominicanos, y vuelvo a ser un hombre feliz.