miércoles, 24 de agosto de 2011

Libia

Debió ser el año 90 más o menos cuando una celebración estudiantil internacional me llevó a Trípoli.Más de dos décadas han transcurrido cuando sigo las noticias en la prensa y las redes sociales y saltan en mi mente los recuerdos. La sensación de inmensidad y vacío de aquel país; los absurdos de una doctrina que hasta ahora regía la vida de sus habitantes... “Hacer una fiesta (o un partido?) es dividir la sociedad”, rezaba una placa metálica a la entrada del hotel. Cualquiera fuera la traducción de ... “a party”...me resultaba un absurdo. La prohibición absoluta del alcohol, una falacia. Alguien me comentaría luego: Antes de la Revolución de Gadafi solo había 100 libios que no bebían. Ahora, hay unos 50...”
Hubo un acto masivo en la Plaza Verde en el que mi condición de invitado internacional me puso en la incomoda posición de tener que hablar en ingles. Entonces apenas chapurreaba esa lengua y debí reducir mi intervención a un puñado de frases reconocibles mal pronunciadas. Ello me salvó. Un diplomático venezolano y hombre de negocios petroleros que se identificó con mi acento y se compadeció ante mi embarazo, me invitó a compartir con él, ocultos en el patio de su embajada; una valiosa botella de Ron Centenario.
Recuerdo la negativa de mis anfitriones a dejarme regresar a Europa al día siguiente de la celebración estudiantil. Era su huésped y solo podría viajar de regreso usando la aerolínea estatal libia. Próximo vuelo? En una semana. Me propondrían (sin opción a rehusar) un programa de visita a ruinas romanas o fenicias y a algunas obras sociales. También me invitaban a una conferencia de jóvenes de países árabes a la que debí asistir , y de la que tuve que desertar en menos de media hora. Era el único no árabe allí y no tenían traducción simultánea...
Agotar los días de una semana interminable en un hotel en el que el bar ofrecía por toda bebida una suerte de soda de naranja salobre y solo admitía la entrada de hombres no era mi idea de la distracción. Frente a mi ventana, el minarete de una mezquita me asaltaba cinco veces al día con los rezos del Islam lanzados furiosamente a través de unos parlantes con amplificadores de alta tecnología... La televisión transmitía incesantemente discursos de Gadafi e imágenes alegóricas a su Revolución... Una especie de salvación me llegó al tercer dia. Entre los invitados que habían quedado rehenes de la espera del vuelo de regreso, había un grupo de estudiantes españoles. Enseguida me aceptaron entre ellos y compartieron su tesoro: Habían conseguido entrar vodka al país camuflada en grandes botellas de agua de colonia. Disfruté más aun de la presencia de una muchacha tan bella como enigmática, que le dió sentido a mi estancia. Observarla, acercarme, o simplemente hablarle, era toda la motivación que pude hallar en aquel absurdo que me asfixiaba
En medio de todo recuerdo con dolor un incidente. Un día nos llevaron a todos a visitar una enorme planta de potabilización de las aguas marinas, para mostrar así “la gran obra transformadora del líder libio” Allí coincidimos con otros visitantes; un grupo de jóvenes africanos. Animado y curioso me acerqué a ellos. Fue entonces que supe que eran eritreos, y la vergüenza me aplastó. Tropas de mi país habían apoyado a Mengistu, el recién derrocado dictador etíope, participando masivamente en la guerra contra este pueblo, uno de los más pobres del planeta... No supe qué decir. Aproveché cualquier pretexto para alejarme conmovido. Ellos no llegaron a enterarse de mi nacionalidad...
Dos días después volaba por fin de regreso a mi lugar de residencia en Europa con una sensación de alivio y extrañeza; convencido de haber estado en el país más absurdo de la Tierra. Ahora, mientras leo sobre la caída del régimen libio y aun escucho las bravatas de un Gadafi oculto en algún sitio indeterminado; pienso en todo lo ocurrido en los últimos días en aquel país. No alcanzo a creer en la pureza de un levantamiento espontáneo de los libios ni en el altruismo de los países de la OTAN en su intervención “humanitaria”; pero veo otra vez ante mi un caso de algún tipo de justicia histórica, en el que cualquiera sea la suerte de los libios en lo adelante, al menos ha caído un dictador más, uno de esos que asumen la representación de un pueblo con el único fin de dominarlo y satisfacer su propia megalomanía y ambiciones. Aunque no me trago las historias de la democratización y justicia apoyada por Occidente (ya salen a la luz los planes de inversiones del capital europeo, sobretodo del francés y el italiano); respiro aliviado porque el mundo tiene hoy un dictador menos y una (aunque muy frágil) oportunidad más para la vida en democracia en un territorio tan basto, enorme e inhóspito como el de Libia.
Queda por ver si el pueblo, una vez más, se equivoca. O no.

jueves, 4 de agosto de 2011

Negros de mentira y blancos de verdad

Bajo la lluvia que desde anoche no deja de caer como resaca de la esquiva tormenta Emily; un frutero haitiano pasa anunciando sus productos. Encerrado en casa ya por veinticuatro horas a la espera del sol; la imaginación se activa, el pensamiento vuela.
Una de mis reflexiones recurrentes gravita alrededor de la República Dominicana. Trato de entender, de asimilar la atmósfera cultural, histórica, social... en la que vivo. Y he aquí que una amiga me hace llegar un artículo escrito en 1994 por Federico Henríquez Gratereaux. Lo leo. Al inicio me entusiasma el enfoque de un problema tan sensible para la gente de aquí y para quienes queremos entender. Hallo razones válidas sustentadas por la historia, la razón, la logica... Luego voy descubriendo claves que provocan mi disidencia y al final, parte de las conclusiones basadas en presupuestos erróneos o inexactos. De todos modos me entusiasma ver un documento que brinde un punto de partida para el análisis, sin los apasionamientos de las discusiones afincadas en las emociones y los prejuicios. Y se me ocurre traer aquí el documento con la esperanza de que otras voces se unan al debate, y me ayuden a comprender mejor este ámbito que ya voy haciendo mío. Perdonen lo extenso del articulo del Dr. Gratereaux; la importancia del tema merece nuestra paciente atención:

NEGROS DE MENTIRA Y BLANCOS DE VERDAD



Federico Henríquez Gratereaux

Por Federico Henríquez Gratereaux
Periodista y ensayista dominicano. Miembro de la Academia Dominicana de la Lengua y Correspondiente de la Real Academia Española. Premio Nacional de Ensayo.

Haití es el otro lóbulo de nuestra historia. En los últimos 300 años todo lo que ha ocurrido en la parte oeste de nuestra isla ha repercutido sobre la vida de los dominicanos. No hay ninguna duda de que el problema de Haití ha sido –y es- el centro de la sociología política dominicana. Los historiadores y sociólogos haitianos no tienen ningún empacho en reconocer esta verdad incuestionable. Price-mars titula su famoso libro sobre la República Dominicana y la República de Haití: Diversos aspectos de un problema histórico, geográfico y etnológico.

A mi manera de ver, algunos de los artículos publicados con motivo de la reciente polémica sobre los haitianos indocumentados que viven en el territorio dominicano, han sido parciales o insuficientes. En primer lugar, no se trata de un problema racial; se trata de un problema cultural. En el Africa negra influida por los árabes es posible encontrar individuos –negros puros- que usan el albornoz, hablan la lengua árabe, son mahometanos, fuman el narguille. Su cultura es enteramente árabe aunque su piel sea completamente negra. No es lo mismo el negro biológico –piel, morfología, ángulo facial- que el negro biográfico –lengua, historia, costumbres-.

Las despoblaciones realizadas por el Gobernador español Osorio, en 1605 y 1606, dejaron la parte norte de nuestra isla a merced de los aventureros, filibusteros y bucaneros, que habitaban la Isla de la Tortuga. Los franceses normandos que poblaban esa isla (de la Tortuga) empezaron a trasladarse a la parte noroeste de La Española y formaron una colonia francesa.

En esa colonia se fomentaron plantaciones atendidas por mano de obra esclava. Estos esclavos procedían de diferentes lugares de Africa: bantúes, sudaneses, del Senegal, del Dahomey –y no hablaban una lengua común. Adoptaron como lengua franca el francés normando que hablaban los propietarios de las plantaciones-. Este francés normando es el origen del cróele haitiano que hoy se habla allí. Sobre este punto es interesante leer The Haitian People, del sociólogo norteamericano James Leyburn, quien da a conocer un trabajo filológico, publicado por Yale University Press, acerca de las particularidades lingüísticas del cróele.

En la Biblioteca Nacional (de Santo Domingo) se encuentran ejemplares de los libros de Jules Faine y Suzanne Silvain, quienes han hecho pormenorizado estudio de la gramática cróele, de su sintaxis y lexicografía. El cróele haitiano no es un patois del francés, o sea, una corrupción. Es una lengua en desarrollo, históricamente anterior al francés moderno, que ya tiene poemas, proverbios, gramática. Apunto todo esto para señalar que los haitianos constituyen un pueblo bilingüe. En la República Dominicana se habla una sola lengua: la lengua española. Y esta es la primera y básica diferencia entre el negro dominicano y el negro haitiano.

La esclavitud en las plantaciones de la colonia del oeste (hoy Haití) fue tan intensa que los esclavos apenas sobrepasaban siete u ocho años de vida útil. Esa espantosa explotación no permitía que vivieran muchos años. La consecuencia de esas muertes por agotamiento fue que los colonos franceses se vieran obligados a importar continuamente nuevos esclavos que sustituyeran a los caídos. De modo que siempre eran nuevos, pues esa explotación inmisericorde no permitía que nacieran en Haití, que se criaran criollos nacidos en la nueva tierra.

Cuando estalló la revolución haitiana (en 1793) la mayoría de los líderes que la dirigieron habían nacido en Africa. Ese es el caso de Biassou, Jean Francois, Dessalines. No es seguro que Bouckmann haya nacido en Jamaica, ni es seguro que Cristóbal naciera en Saint Kitts. Toussain fue el único líder de la revolución –el más viejo- que con toda seguridad sabemos nació en Haití. Si los esclavos morían rápidamente, y siempre eran importados nuevos esclavos de Africa, no es de extrañar que mantuviesen siempre una vinculación cultural con el Africa de origen.

En el Santo Domingo español hubo plantaciones en los primeros años de la colonia, pero el desarrollo económico posterior es de la ganadería. En lugar de plantaciones hubo hatos. Los esclavos dominicanos no estuvieron sometidos al duro trabajo de cuadrillas que se exige en las plantaciones. Es útil recordar que tanto Toussaint como Bouckmannn intentaron conseguir que en las plantaciones haitianas se suprimiera la pena de foete durante 3 días a la semana. Tres días sin foete se consideraba una importante conquista o mejora en las condiciones de trabajo.

En Santo Domingo los esclavos vivían ordeñando y arreando vacas; por eso no morían con la facilidad que morían los esclavos haitianos. Y por eso no había que importar nuevos esclavos “recién llegados” de Africa. De este modo entre los negros esclavos de Santo Domingo se fue atenuando la vinculación con Africa, y se operó un largo proceso de transculturación en sentido hispánico. Plantaciones y hatos es otra diferencia fundamental en el desarrollo social de los dos países. Lemonnier Delafosse, en Segunda Campaña de Santo Domingo, dice que los negros dominicanos de esa época exclamaban orgullosos “yo soy blanco de la tierra”, para indicar que habían nacido criollos y no en Africa, y creo que este aspecto es también básico para entender la diferencia cultural que separa a Haití de Santo Domingo.

Un poeta haitiano, León Laleau, escribió un poema que dice:

Ese corazón obsesionante
que no corresponde a mi lengua
o a mis costumbres,
y sobre el que muerden, como un gancho,
sentimientos prestados y costumbres de Europa...
¿sienten ustedes este sufrimiento
y esta desesperación sin paralelo,
de domeñar con palabras de Francia
este corazón que me vino del Senegal?

Esta dualidad o conflicto cultural no existe en el negro dominicano que se siente instalado, de modo unívoco, en su lengua materna, que es la lengua española. El primer cultivador de la poesía negroide en Santo Domingo es Manuel del Cabral, un poeta vivo, esto es, reciente. Y no se trata de una poesía que provenga de una corriente social autónoma y nacional –como es el caso de Cuba- sino de influencias belgas, españolas y cubanas; quiero decir influencias extranjeras. La poesía negra dominicana está escrita por blancos, que en esos textos protestan por la infravaloración social de negro.

Santo Domingo no se independizó de España, como casi todas las naciones de América; se independizó de Haití. Y aquí hay otro aspecto importante de nuestra cultura no suficientemente subrayado. Las invasiones haitianas de 1801, 1805, 1822; después la dominación por 22 años; los muy impopulares impuestos establecidos por Boyer para pagar reparaciones a Francia y cobrables en Santo Domingo; luego diversas invasiones frustradas, fijaron el anti-haitianismo en la conciencia nacional dominicana.

El anti-haitianismo no es obra ideológica de los grupos superiores dominantes –como han dicho muchas personas-; es algo que penetró hasta en el folklore nacional. A comienzos de este siglo (siglo veinte) se asustaba a los niños diciéndoles: “Vete a acostar que ahí viene el haitiano”. Y el folklore, en resumidas cuentas, no es otra cosa que la cultura de los pobres. Los llamados “horrores de Dessaliness” están documentados nada menos que en el propio diario de campaña de Dessalinnes.

Toussaint no entendió nunca la razón por la cual los dominicanos negros no manifestaban tanto interés como los haitianos en la lucha por abolir la esclavitud. Tampoco lo entendió Dessalines. Price-Mars, el sociólogo y etnólogo, nos acusa de bobarismo, esto es, de creernos ser lo que no somos; unos negros que nos creemos blancos. Pensó el Dr. Price-Mars que se trataba de una manifestación hipócrita del pueblo dominicano. Es, en realidad, un problema de cultura. No somos blancos de verdad; somos negros de mentira; que son dos cosas de decir lo mismo: piel negra y lengua española. La autopercepción racial del dominicano –sea blanco, mulato o negro- lo revela poco menos que “desvinculado” culturalmente de Africa y atado a la cultura hispánica, todo ello sin sombra de hipocresía. Lo cual quiere decir que el pleito actual entre “africanistas” e “hispanistas” está mal planteado desde la raíz.

II

Durante gran parte del siglo pasado (siglo diecinueve) los dominicanos vivieron sobresaltados por el miedo a las invasiones haitianas. Este miedo era, al mismo tiempo, miedo militar, miedo económico y “miedo demográfico”. Haití poseía las armas de Leclerc, esto es, las armas de Napoleón, del imperio francés, las armas de la nación más poderosa de entonces. Es opinión aceptada que Haití era en aquella época la colonia más rica de Francia y tal vez del mundo. En 1790 Haití contaba con una población de 400.000 esclavos, 28,000 mulatos y 10,000 blancos (total: 438,000 personas). En cambio, Santo Domingo, según un censo realizado poco después de las emigraciones resultado del Tratado de Basilea de 1795, tenía una población de unas 73,000 almas. De este tratado, que nos cedió a Francia, dice Pedro Henríquez Ureña que fue recibido: “con dolor de los naturales y llanto de poetas”. Quiere decir que Haití tenía mayor población, reputación de mayor riqueza y mejores armas que los dominicanos. Ante un enemigo tan poderoso es explicable que se mantuviera vivo un anti-haitianismo militante entre los pobladores de la parte Este de la isla. Riqueza económica, poderío militar y población numerosa, causaban miedo a unos vecinos pobres y débiles.

Al ir desapareciendo esos tres factores de superioridad, es también explicable que haya menguado el anti-haitianismo y que haya sido substituido por una especie de dolorido idealismo pro-haitiano.

¿Por qué se empobreció Haití?

El Presidente Petión comenzó una reforma agraria la cual fue continuada por Boyer, su sucesor al frente del gobierno desde 1818. La plantación había sido considerada por Toussaint como la unidad económica de producción en Haití; pero a la vez las plantaciones fueron el símbolo de la esclavitud. Siguiendo las disposiciones de la reforma agraria de Petión se distribuyeron tierras entre la población campesina y se dividieron algunas grandes propiedades. Se pasó así del latifundio al minifundio. Los trabajadores que formaban parte de esa unidad coherente de producción que era la plantación, llegaron a ser cultivadores libres de conucos de subsistencia. Esto quiere decir que se arruinó la industria y Haití se convirtió en una nación de campesinos. Esa es una de las causas más importantes del empobrecimiento de nuestros antiguos ricos vecinos. Los comunistas haitianos de hoy llaman a este paso de su historia “el error revolucionario”.

La tasa de natalidad en Haití es una tasa elevadísima, la resultante final, que es la tasa de crecimiento de la población, ha sido más baja en Haití que en la República Dominicana. Aunque a finales del Siglo XVIII Haití tenía una población de casi medio millón de habitantes, y Santo Domingo no llegaba a los 100,000, al ser nuestra tasa de crecimiento más elevada, hemos casi alcanzado la población de Haití. A pesar de que el crecimiento poblacional es una progresión geométrica y de que Haití partió de una base mayor. Y ahí tenemos cómo ha desaparecido el “miedo demográfico” y el miedo económico. En cuanto a las armas de Napoleón, obtenidas tras la derrota de Leclerc –armas entonces poderosas-, el paso del tiempo las ha despojado de su importancia técnica y militar. Aquí está la fuente de nuestro cambio de actitud frente a los haitianos; en lugar de “los peligrosos haitianos” de ayer tenemos hoy a “los pobres e indefensos haitianos”.

Como es de todos sabido, a comienzos del siglo pasado (siglo diecinueve) –desde 1807- Haití tuvo dividido en dos estados independientes; una república en el Sur dirigida por Petión; y un reino en el norte, cuya capital fue el Cabo Haitiano de hoy, dirigida por Cristóbal, el célebre constructor de la Citadelle. A esa localidad se se llamó primero El Guarico, después Cabo Francés, más adelante Cabo Henry y, finalmente, Cabo Haitiano. Al matarse Cristóbal de un pistoletazo en el pecho, se aceleró la unificación de Haití en un solo Estado. Los soldados licenciados de Cristóbal también recibieron tierras en la continuación de la reforma agraria dirigida entonces por Boyer.

Todo esto ocurría en el año 1820, dos años antes de la invasión de Boyer a nuestro país. No debe olvidarse que en 1815, a la caída de Napoleón, se empezó a hablar en Francia de una posible restauración de los Borbones. En España los Borbones reinaban desde 1700, tras ascender al trono Felipe V. Los líderes haitianos temían que si se restauraba la monarquía en Francia, la presencia de España en la parte Este de la isla podría ser peligrosa, pues eso significaba que habría Borbones en París y Borbones en Madrid.

La independencia proclamada por Núñez de Cáceres en 1821 dio oportunidad a los haitianos de invadir la parte Este de la isla sin provocar a los gobiernos europeos. Y las nuevas tierras ocupadas ofrecieron la ocasión de ampliar una reforma agraria para beneficiar a miles de antiguos soldados del viejo régimen de Cristóbal.

Tal vez estos datos históricos no sean del todo inútiles para comprender el cambio de actitud mental de los historiadores contemporáneos con respecto a nuestros viejos historiadores tradicionales. Estos últimos eran todos anti-haitianos, puesto que recibían como herencia sentimental una larga historia de luchas contra los franceses: primero contra los “franceses blancos” , antes y después del Tratado de Aranjuez de 1777; y después contra los “franceses negros”, antes de ser liberados y también después de su revolución. Manuel Arturo Peña Batlle, nuestro gran historiador, nació en 1902.

La lengua es, entre todas las manifestaciones de la cultura de un pueblo, la más abarcadora y de más sutil influencia. El idioma es una psicología colectiva que “nos hace” por dentro; la lengua es la matriz fundamental de nuestra cosmovisión o manera de ver el mundo. Los modos económicos de producción y las guerras también dejan sus huellas como “formas de vida” o cicatrices existenciales.

Es claro que existen influencias africanas en nuestra cultura –en la música, en la comida, en la religión –pero todas ellas están incorporadas a un torso cultural básico que es hispánico.

Con seguridad los dominicanos no somos “blancos de verdad”, pero podríamos ser “negros de mentira”. Muchas naciones de América sienten su cultura “como problema”. En el Cuzco, algunos peruanos de hoy contemplan las construcciones incaicas como algo ajeno y miran las iglesias y los edificios de la municipalidad taimen como algo ajeno –nos dicen que fortalezas y calles incaicas fueron hechas por ellos-,; y miran las iglesias y los edificios de la municipalidad también como ajenos, construidos por ellos los españoles. Y esos peruanos no saben a que carta quedarse, a qué cultura adscribirse de todo corazón. ¿Hijos del imperio incaico o hijos de la colonización española? No aciertan encontrar su identidad antropológica.

El Santo Domingo español es plenamente una población de mulatos desde mediados del Siglo XVI; desde esa fecha la corona española tuvo que aceptar que los mulatos tuviesen cargos públicos. Eso contribuyó mucho entre nosotros a la atenuación de los prejuicios raciales. En Cuba, el gobiernos colonial español trazó una política racista que no pudo mantener en Santo Domingo. De todos los países birraciales de las Antillas, Santo Domingo es el que conserva menos prejuicios raciales. Jamaica, Martinica, Cuba, no pueden compararse con Santo Domingo. Haití, como es bien sabido, ha sufrido varias guerras raciales entre negros y mulatos.

Tiene razón Juan Bosch cuando dice que Santo Domingo nunca ha tenido una guerra social. Podemos añadir que tampoco nunca ha tenido una guerra racial. Los sociólogos e historiadores, desde luego, no nos explican por qué no han ocurrido ninguna de las dos cosas.

Sin embargo, estos asuntos culturales e históricos son tan sólo el marco dentro del cual podemos abordar los más peliagudos y recientes problemas económicos y políticos que existen entre la República Dominicana y la República de Haití.-

Santo Domingo, República Dominicana,
Octubre, 1994.