domingo, 20 de septiembre de 2009

De canciones, sentimientos y realidades

Pasamos una tarde tremenda disfrutando en vivo, a través de la Internet, el concierto en la Habana de Juanes y sus invitados. De hecho aun no ha concluido, pero en mi cabeza bullen montones de ideas, aupadas por similar cantidad de emociones. Entonces aprovecho que la intensidad decae con la voz maltrecha y la habitual a(nti)patia escénica de Silvio, y trato de sacar un poco de todo esto en palabras...
Contemplar al país desde lejos y en tiempo real, indudablemente le remueve el piso al mas desarraigado. Reconocer rostros amigos, escuchar canciones conocidas, otras casi olvidadas, provoca revisitar momentos vividos hace ya tanto... Hacer un alto en la rutina diaria y dejarle espacio a las emociones. Añorar lo que se quiere, desechar otra vez lo que hace mucho tiempo se había dado por perdido... Cualquiera sea el signo de los sentimientos lo cierto es que la Habana entró con todo y música a la sala de casa, aquí en la lejana Filadelfia. Y consiguió sacarme de mi habitual distanciamiento de la nostalgia.
El concierto es un hecho que acalla con sus alcances el debate "barriotero" que suscitara aquí, allá, acullá. Ahora canta Carlos Varela y al final estarán los Van Van, y mientras disfruto y seguiré disfrutando, muchas preguntas aparecen. Tendrá algún efecto en el clima político cubano esta acción cultural? Acaso el concierto refleja una real voluntad en Cuba de desmontar barreras; de hacer avanzar un proceso de apertura que traiga real dignidad al ser humano?
Carlitos canta esa canción tremenda sobre la verdad mientras sigo aquí preguntándome: Sera acaso que esto que hoy sucede no es efecto sino causa que logre derrumbar mas muros? Cuantas cosas cambiaran a partir de ahora? Cuándo será que podré sentir otra vez ese país como mio; que podré hablar con orgullo de lo que allí se hace para que todos tengamos cabida, en plenitud de derechos y libertad de pensamiento? Cuando será, por ejemplo, que a muchos cubanos no se le impida salir o entrar a Cuba, derecho del que se les despoja sin que nadie ponga el rostro para indicar un motivo (si es que existe un motivo que valide tal injusticia?) Cuándo llegará ese día, y qué tendrá que ocurrir para que un concierto así transcurra sin equilibrios delicados; que sea verdaderamente una fiesta de paz y amor en la que todos se sientan a gusto y plenamente, sin el temor de decir algo que altere las lineas del libreto? Lo peligroso de la emotividad que domina nuestra cultura es que la alegría del momento puede hacernos olvidar que hay muchas cosas esenciales que enderezar en el país. Es decir, bravo por el concierto! Pero ojala que la cultura no sea utilizada, una vez mas, como cortina de humo para escamotear a la vista del mundo la falta de voluntad de cambio del sistema cubano. Ojalá que en unos días algo nuevo se este produciendo en La Habana, algo más que el recuerdo nostálgico por los buenos momentos vividos durante un concierto, y la triste convivencia con las dificultades y la desesperanza...

sábado, 5 de septiembre de 2009

Solucion audaz o no habra solucion

La solución al problema de las relaciones Cuba-EEUU que más puede acercarnos a lo que casi todo el mundo busca, es tan simple en la teoría como difícil de concretar en la práctica y sobre todo, tiene todas las apariencias de un absurdo. Esto último juega a su favor, pues apunta hacia lo audaz, lo que en política significa, hacer una movida imprevista, sacar al adversario de su ritmo. Un artículo de El País, firmado por Mauricio Vicent desde La Habana hace unas semanas, rozaba esta noción, pero acababa por perderse en los matices. Pues bien… mi idea es: Estados Unidos podría declarar que, sobre la experiencia de los últimos 40 años de (no) relaciones con Cuba; ha decidido entrar en un proceso que implica asumir a la isla vecina como cualquier otro país del mundo; desmontando todos los mecanismos y procedimientos que se fueron acumulando durante años de lidiar con un territorio considerado hostil. Y todo esto, sin exigir, pedir ni sugerir correspondencia alguna por parte de Cuba. Ello equivaldría a la conocida frase de quitarle la escalera y dejar colgado de la brocha a quienes dentro y fuera de la isla, medran del ambiente ya añejo de la confrontación. De hecho, Cuba no constituye una real amenaza para los EEUU; las características del régimen de La Habana no lo colocan en posición peor que la de muchos otros estados con los que Estados Unidos sostiene y alimenta relaciones normales e intereses comerciales crecientes. Esta movida, si bien inusual en la historia de la diplomacia internacional, lograría el tan buscado propósito de quitarle argumentos al totalitarismo cubano y de demostrar la madurez de un país que ya no busca ser el policía del mundo sin dejar de renunciar a sus responsabilidades dado su peso específico tanto en lo económico como en lo político. Y por sobre todas las cosas, acusando una madurez - también inusual – en las relaciones del gobierno estadounidense con la comunidad cubana en su territorio. Por supuesto, no hay que llegar a extremos. Es obvio que sin necesidad de algazaras, EEUU tendría que mantener activados mecanismos de monitoreo de lo que sucede en la isla; al tiempo que se abstiene de cualquier acto que pudiera ser considerado como agresivo o de mínima ingerencia. El gobierno cubano no tendría con quien hacer sparring más que con su sombra, y a la larga se vería obligado por las circunstancias a desmontar el discurso antiamericano y aceptar reglas de convivencia en todos los terrenos, que incluyen las ineludibles ( y de hecho, existentes) relaciones comerciales, y el intercambio cultural y académico entre otros. Una atmósfera “a temperatura y presión normal” acabaría por hacer implosión en los mecanismos de control interna y provocaría aperturas en todos los ámbitos de la vida cubana. No hay que olvidar que este sentimiento late en la isla, contenido en las mentes y voluntades de muchísimos cubanos de a pie, así como en la de muchísimos otros encumbrados en posiciones económicas y de poder. De ahí la urgencia del actual gobierno en rodearse de mandos militares a los que considera de máxima fidelidad pero sobre todo, capaces de mantener funcionando al país dentro de los límites de contención ideológica que les garantice – bajo cualquier circunstancia, incluso las más imprevisibles- el control del poder. Y no digo que esos elegidos sean ajenos al sentimiento mencionado; solo que tienen un límite más marcado, que involucra intereses personales El artículo de Vicent mencionaba el informe de Meacham y su referencia a las ocasiones en que estando cerca de un proceso de normalización “algo ‘ocurrió’ en Cuba que destruyó en EE UU ‘la voluntad política de actuar en la dirección de normalizar la relación’". La fórmula que aquí propongo evita cualquier posibilidad de que esto ocurra, a menos que las autoridades ensayen alguna excusa que los dejaría fácilmente en evidencias ante la comunidad internacional. Si se mira hacia América Latina y se logra ver más allá del concepto de predominio de gobiernos de “izquierda”, y se observan con detenimiento las diferencias de actitudes e intereses de un gobierno a otro; se estará de acuerdo con la noción de que la balanza no se inclina a favor del populismo radical de Chávez sino de la moderación progresista de Lula. A este espectro predominante no le viene nada mal una normalización de relaciones Cuba-EEUU; pero no se puede perder de vista que estos, como los otros, tendrían problemas en aceptar una solución en la que la Cuba idealizada que inspiró a muchos de estos dirigentes desde sus años de jóvenes revolucionarios, salga humillada. Es decir; todos los factores se inclinan a favor de la normalización. Lo decisivo es hallar la fórmula que no se subordine a los intereses de los grupos de presión contrarios a esta idea, estén donde estén. Hay que priorizar los mayores y más prioritarios intereses de ambas partes. Para ello hace falta decisión, audacia y sobre todo liderazgo. Creo que todos estarán de acuerdo que ahora, como no sucedió en muchos años, los Estados Unidos tienen un líder capaz, decidido a impulsar cambios trascendentales y que cuenta con el apoyo y las simpatías necesarias dentro y fuera de la nación para conseguirlo aun a pesar del desgaste producido por batallas doméstica como la del tema de la salud, la crisis económica, etc. Esta solución está al alcance de la mano. Sólo se requiere el coraje, la sabiduría y el pulso para llevarla a cabo. Y ello implica sacudirse presiones internas, procedente de lobbies que han perdido su peso específico histórico, su apoyo económico tradicional, y la capacidad de autorrenovación. Sería frustrante y hasta contraproducente que la política de Washington siguiera la inercia de tales prácticas, en una administración que se propuso y aún pretende representar el cambio. Sus electores y el resto del mundo, siguen con atención sus pasos.