domingo, 13 de junio de 2010

De amores, entornos, objetos y seres...

Barthes desarrolló en Fragmentos de un discurso amoroso, una escritura “de escenas”, amalgamando el estilo del diario íntimo con el del apunte ensayístico de aliento breve, logrando de tal modo entrelazar una ficción que se nutre de toda la tradición literaria, desde los clásicos del oriente y el occidente, al tiempo que asoma elementos de confesión personal y diálogo con el ser amado. Quien no haya leído esta obra, se ha perdido un maravilloso fresco integrado por todos los discursos, o para seguir la enunciación del titulo: todos los fragmentos del discurso; y me da la oportunidad para recomendarlo, pues de cierta manera parto en este post de los sedimentos que dejara en mi la lectura de ese formidable libro.
Quiero hablar de las distintas maneras del amor. No hablo de mi amor de pareja, ese cae en el ambito inviolable de mi privacidad. Me refiero a que, que en mi inveterada vocación de nómada, estoy listo a cambiar otra vez de escenario, y es entonces cuando asisto con asombro a la revuelta de sentimientos que me agitan por estos días. Como sin quererlo, mi percepción sobre los lugares por los que he transcurrido en los últimos años cambia, y en mi estado de ánimo cobran relieve las aristas desagradables del entorno. Los sucesos negativos mas recientes; léase la crisis brutal que azota a este país en la economía pero sobre todo en la moral y la ética, pasan a predominar en mi visión panorámica sobre este lapso reciente de mi vida. Esa suerte de amor hacia la ciudad, que hasta hace poco había logrado tejer con ahínco, se va desmoronando. Una sensación de desarraigo actúa ahora como resorte que me empuja, que me urge a alejarme. La urgencia por deshacerme de todo lo que me vincula a ella no deja tiempo a la contemplación.
Puede que esto no ocurriera de súbito, que se diera todo por acumulación. Me siento ya un viajero a punto de subir al tren, azuzado por los silbatos y las bocanadas de vapor que anuncian su inminente partida.
Tal vez suceda así con los amores personales, cuando una abrupta decepción los lleva a estallar como una burbuja que hace que, de un momento a otro, lo que parecía una pasión a la que habíamos apostado la vida misma se disipe una vez superados los primeros momentos amargos, las decepciones, el erróneo sentimiento de frustración; y en un breve lapso no deja siquiera memorias.
Quizás pase lo mismo con los objetos que amamos; esos viejos zapatos a los que nos acostumbramos, o aquella lapicera ya gastada... ? Por qué no osamos desprendernos de ellos? Es sólo comodidad? Exagerado sentido de austeridad? No puedo definirlo; pero me inclino a pensar que en nosotros actúa un mecanismo de desprendimiento que facilita el cambio, el avance, el pasar la pagina y estar listos para empezar otra vez, renovados, descargados del lastre del pasado. Puede que cada quien lo vea de un modo diferene. Podría pensarse en egoísmo, frialdad, cinismo... y tal vez no se esté equivocado sobre esos términos sino en el valor, la connotación que les damos. Igual, tampoco me interesa ahora llegar a conclusiones exhaustivas. Solo quería compartirles ese estado de animo: en unos días, por enésima vez, comenzaré una vida nueva, levantando todo desde cero, from scratch, expresión en inglés que me me parece tremendamente exacta. Claro que siempre estará la ayuda de manos amigas tan necesarias en estos trances; el impulso de mis ideas; y el entorno amable de mi propia cultura, con sus encantos y limitaciones. En un próximo post, escrito desde un lugar distinto bajo el sol; les comentaré cómo van las cosas ese nuevo comienzo. Pero ahora me subo al tren, sus ruedas ya comienzan a moverse...