lunes, 29 de abril de 2013

La mirada precisa

Para los escritores; las Ferias Internacionales del Libro son importantes por razones diferentes a las del resto de los mortales. El encuentro con lectores y colegas, sí, muy bien. Algún grado de promoción para el trabajo propio, de acuerdo. Pero siempre hay algo más, un evento o suceso imprevisible que aguarda entre las multitudes festinadas, el olor de los libros nuevos y viejos, la accidentada lluvia, el posible hallazgo. La Feria del Libro del Parque La Floresta, en 2008; me regaló el primer contacto con Chile, hermanos entrañables y una nueva amistad; Raul Zurita; con el que compartí luego en las Ferias de La Habana y Guadalajara. En esta última llegó el encuentro con el poeta estadounidense Forest Gander. La de Santo Domingo, en la que a estas altura soy un invitado más entre "los de casa", no había ocurrido nada trascendental hasta hace un par de noches. Un breve encuentro con un argentino y dos escritores cubanos; una cita para el día siguiente, un par de copas de un delicioso Carmenere (tan fresco en mi paladar desde la reciente visita a Chile) y voilà! Allí estaba el suceso. Apenas un apretón de manos, una cordialidad diáfana y un puñado de historias y memorias desbordando en la tarde dominicana a la altura de un sexto piso entre las montañas y el mar. Camilo, Alfonso y yo exaltados por la ocasión. Confieso que siempre que tropiezo con artistas de altura; me encierro en una observación curiosa que busca desentrañar las claves de estas figuras paradigmáticas. Es mi manera de venerar el arte y a los grandes artistas. La conversación fluia entre algodones; todo lo que veía en él era una sabiduría expresada con sencillez y humildad; en palabras manejadas con la eficiencia de un escritor establecido; pero yo me impacientaba por ver a aquel hombre actuando en su propio terreno. Cuando comenzaríamos el trabajo? Una breve espera y llegó el premio. Sin previo aviso se puso de pie. Vamos a hacer esto ya! dijo como para sí mismo. Organizó un precario "escenario" y de manera aparentemente lúdica dispuso de nosotros, simples escritores, buscando "la mirada precisa", como hacía unos minutos le había escrito en la dedicatoria de un ejemplar de El cliente tatuado, que le regalé con la secreta esperanza de que, a través del libro, supiera más del sujeto que ahora, su sensibilidad y talento iban a moldear por intermedio de su arte. Todo terminó como si no hubiera ocurrido. En breve ya estábamos empacando, felices "de haber entrado a la posteridad" como alguno comentó medio en broma y medio en serio. Y de regreso a los predios feriales. Un par de horas después volvimos a encontrarnos. El aliñaba la tarde desde el pabellón Libro y Cocina con insuperables anécdotas de su largo viajar por el mundo a la caza de sujetos con los que hacer lo que, apenas un rato antes, había conseguido de nosotros. Le hablaba al público agredido por la masa vocinglera que transcurría afuera; como si de viejos amigos se tratara. La gente seguía cada palabra arrobada por la gracia y sencillez de aquel argentino hablando de mundos desconocidos para casi todos los presentes. Pero parecían entender cada detalle y sonreían arrobados. Al terminar la charla, Daniel se acercó a mí, me sorprendió con un abrazo agradecido por haberle acompañado en ese momento. Luego se perdió bajo la lluvia copiosa, apenas protegiendo sus cámaras que no su cuerpo, con un trozo de plástico improvisado. Iba animado por el encuentro que seguía, seguramente con otro escritor de los que continúan engrosando el atlas humano de la literatura hispanoamericana que decidió construir, desde hace ya más de treinta años. Hasta hace dos días, pensaba con dolor en el artista al que Le Monde destruyó los archivos de la obra de casi toda su vida. Hoy me anima saber que Daniel Mordzinski, su arte impresionante y su calidad humana son imperecederas; y que su obra, de la que queda mucho por verse, quedará grabada en la memoria de generaciones que han disfrutado de su fotografía; y especialmente en la de los artistas a quienes entrega su talento y amistad. Gracias, Daniel!

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