Es curiosa la "materia" de la que estamos hechos, los humores que nos determinan. Hablo de los valores y los sentimientos, de nuestra psiquis y la forma en que reaccionamos a los estímulos. Hablo de Amy y de Daniel.
Hace dos día la noticia de la muerte de Amy me abofeteó por sorpresa mientras buscaba noticias en la internet.Un intercambio de impresiones con una amiga disparó mis emociones. A duras penas contuve un par de lágrimas. Pasado el momento pensaba sobre mi reacción. No conocí a Amy personalmente. Nunca vi ninguno de sus conciertos. Eso sí, mi primer contacto con su música estableció unas conexiones del tipo de aquellas que me unieron a mis ídolos y canciones de todos los tiempos. Fue su voz cálida y a veces borrascosa; pero también su grito de rebeldía y hasta su pedido de ayuda a un mundo que la asfixiaba sin disimulo alguno. Hoy es fácil decirlo, pero es cierto, era evidente que acabaría mal y pronto. No la juzgo. He leido muchos apuntes condenatorios, pacatos, con aires de superioridad incluso de gente que no puede ni acercarse a comprender la grandeza del arte.No la juzgo, digo. La admiro y siento que ella se fue decidida, cerrando lo que sabía su ciclo. Tal vez lo poco y grande que hizo era todo lo que su alma pudo darnos y ella sabía que lo que restaba era ya más y más sufrimiento. Igual lloré admirando su talento; agradeciendo el puñado de canciones que nos legó.
Ayer estuve más tiempo de lo acostumbrado errando por las redes sociales; como en busca de una noticia esperada. Al caer la tarde, dejé la lectura de una novela y volví a la internet. Allí estaba, fría, dura, punzante la nota de una amiga. Me comunicaba que su esposo Daniel, mi amigo de los años universitarios con quien la internet me había permitido reencontrarme después de treinta años; acababa de fallecer. En los últimos meses chateábamos con frecuencia; hacíamos planes para una reunión de colegas de entonces en una playa dominicana; acompañábamos sus problemas de salud que al inicio no parecían tener relación con esa fatídica palabra que aún es el cancer. Hace unos meses su situación dio un giro preocupante. Daniel debió enfrentar el diagnóstico y someterse a tratamiento. "El es muy fuerte y lo rebasará", repetía esperanzada Alina y conjuraba nuestros temores. Ayer la muerte lo tomó por sorpresa y se lo llevó para siempre.
Aun siento la resaca de todas esas emociones y me reafirmo en lo que siempre ha sido una convicción: Vivo a pleno pulmón, cada día celebro la vida y me esfuerzo por hacer las cosas lo mejor que puedo. No tengo el don de adivinar lo que me reserva el guión de la existencia cuando esté cerca de la palabra Fin. Pero si me toca en suerte un sufrimiento como el que debió enfrentar Daniel, mi salida será al estilo de Amy. Un final abrupto que me ahorre a mi y a los mios, el sufrimiento que no merece un ser humano. Después vendrán los juicios y las críticas, pero eso me tiene sin cuidado. La única verdad será que ese que yace con la forma de mi cuerpo, habrá vivido a plenitud y satisfecho de lo que hizo cuando tuvo tiempo.
Hoy debo ir al trabajo. En la noche tendré la tertulia que organizo cada lunes para mis amigos y los amigos del arte. Tal vez piense en Amy y en Daniel. Seguramente estaré pensando en que la vida es bella, mientras se pueda vivirla, mientras nos llegue el momento de decir adiós. Por eso hay que celebrar, vivir a pulmón, dar lo mejor de sí para la gente que te quiere, para la gente que importa. Para tí.
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