miércoles, 19 de febrero de 2014

De otras formas de violencia más graves.


La rabia no me abandona por estos días viendo en la TV el enfrentamiento desigual de los estudiantes y demás manifestantes con las fuerzas represivas en Venezuela, y no dejo de pensar en lo que se deba o se pueda hacer.


Cual forajidos del lejano oeste, veo a las fuerzas del régimen formadas en pandillas de motocicletas, armados hasta los dientes, amedrentando a la ciudadanía. Sufro viendo a esos matones disparar contra su pueblo, y la impotencia me ahoga. Hay que hacer algo. Pero ¿qué?

Me duele Venezuela y por muchas razones. La sufro desde mi posición de ciudadano común, exiliado de mi propia realidad. Hablo desde la persona privada que soy, sin vínculo con organizaciones políticas ni gobiernos. Hablo también desde mi cultura general, desde mis experiencias, desde mis sentimientos y emociones.

Cuando desde los años 80’s visitaba aquella bella tierra, me asfixiaba una urgencia cargada de preguntas: ¿Hasta cuándo podría tolerarse que un país tan lleno de riquezas mantuviera una situación de desigualdades tan brutales, de inseguridad ciudadana y corrupción insultante, de desidia hacia los necesitados?

No dejo de pensar en que la clase alta venezolana creó las condiciones para el advenimiento de una conmoción social. Y fue así que aquellas aguas trajeron la tormenta de Chávez y este subproducto indignante que es la borrasca de Maduro. Lógico era desear un cambio radical en la situación que prevalecía. Imposible imaginar hacia donde iría el curso de la historia.

Lo que está pasando en Venezuela desborda toda perspectiva y, dolorosamente, allí se mueven los intereses del gobierno cubano. Su presencia ofensiva en tierras venezolanas nada tiene que ver con el bienestar de la gente de ambos pueblos, ni con la caricatura de Revolución que tratan de vender ambos regímenes a los muchos compradores ingenuos.

Dolor y bochorno es lo que provocan todos ellos. Y uno empieza a preguntarse cómo es posible que ese régimen de hoy se mantenga. Cómo han logrado maniatar una tradición democrática - con todos sus defectos y corrupciones-; cuándo llegará el momento en que ese pueblo tenga un orden de cosas que diste del pasado inmediato, sin necesidad de regresar al régimen carcomido que lo engendró y le dio vida muy a su pesar.

Sé que hay muchos (incluso amigos) que aún viven la nostalgia de las Revoluciones y ven en los “bolivarianos” un aliado, un mito, una esperanza. Quizás sólo tenga que preguntarles una cosa: Si esa es una Revolución popular genuina, ¿por qué entonces ha de defenderse de su propio pueblo usando fuerzas represivas propias y cubanas?

Quizás un día las multitudes iracundas recuperen el poder ¿Y entonces qué? Nuevos reacomodos entre poderosos mantendrán situaciones de inequidad e injusticias. Ni las tales revoluciones, ni las llamadas democracias existen para beneficio de los oprimidos. La humanidad ha agotado su tiempo y debe reinventarse.

Desangrada, exhausta, saqueada, Venezuela ya no puede dar más de sí. Mientras, la gente sigue en las calles de Caracas y otras ciudades de ese país. Y nosotros pretendemos que no pasa nada. ¿Cómo podemos seguir callando? ¡Hagamos algo! Pero,¿qué?



martes, 18 de febrero de 2014

La violencia cotidiana

La violencia nuestra de cada día. La violencia se ha metido en el tuétano de las sociedades actuales. Se ha hecho cultura de vida ¿Cómo explicar si no, que las mismas personas amables y hospitalarias, tan asequibles y obsequiosas como el común, se transformen tan brutalmente en cuanto se acomodan en sus vehículos y asaltan la via pública con responsabilidad cero y alarde de violencia salvaje? Sacándole presión al asunto, me entretengo creando una ficción mientras espero el cambio de luces del semáforo. Imagino que los vehículos alrededor han sido secuestrados por una suerte de invasores siderales, llegados a la Tierra esta misma madrugada. Es un ejército silencioso, capaz de suplantar a los terrícolas adquiriendo sus rasgos externos, y convertir sus autos en maquinarias asesinas. Me aferro al guía temiendo que la voladora de al lado utilice sus abusivas “defensas” metálicas para hacerme añicos; o que las yipetas que me preceden retrocedan violentamente para aplastarme, o que el carro público destartalado sea en realidad un “transformer” variopinto que en segundos disparará bolas de fuego en todas direcciones. Cae la luz verde y tras esperar impaciente que el conductor de la extrema derecha se cruce delante de todos para girar hacia la izquierda, y un río de motoristas se adelante al resto; también me desplazo en linea recta y velozmente, pensándome a salvo. Entonces me pregunto si alguna de esas personas, (las reales, no los alien que imaginara), ha pensado en las consecuencias de sus actos irreflexivos; en lo que pasaría si se produce un accidente; en el dolor físico a sufrir o a infligir a otros inocentes, las pérdidas materiales, la disrupción en su propia vida y la de otras personas… Ya se acerca otro cruce de calles cuando, con un una maniobra brusca, evito que un vistoso auto se interponga en mi camino. Me doy cuenta que avanzo a una velocidad exagerada. A unos veinte metros el semáforo enciende la luz amarilla, pero decido acelerar, como hacen los otros de la senda izquierda. No estoy dispuesto a seguir esperando. Nadie espera. Poco me importa si atropello a otro vehículo. Ya he soportado bastante y no estoy dispuesto a aguantarle @%#@$% a nadie. ¡A mi hay que respetarme! Voy a medirme con cualquiera… Voy a aplastar a todo el que se me ponga en medio… ¡Oh, oh! ¿Qué pasa? ¿Por qué me violento así? ¿Cómo explicar esta reacción en mi? Me toco el pecho y me pregunto, qué clase de alien estará creciendo allí dentro…